Cuando todos los McDonald's en la redonda cierran en Nueva York, algo grave debe de estar a punto de ocurrir. La estación de Grand Central, una de las más bulliciosas del mundo, cerrada a cal y canto. Metros, trenes y autobuses urbanos aparcados. Tiendas (!), museos, bibliotecas y hasta los musicales de Broadway, clausurados hasta nueva orden. Algo pasa. Irene pasa.
Martes de terremoto
La semana comenzó con la sorpresa de un temblor de tierra en pleno horario de oficina. El terremoto, con epicentro cerca de Virginia, sacudió Nueva York por unos segundos. Yo me encontraba en la oficina pero, por segunda vez, después de una primera experiencia sísmica no percibida en Alicante, me quedé sin sentir el movimiento. La razón, un tanto triste pero higiénica: me sorprendió lavándome los dientes, con lo que mis propias sacudidas me impidieron sentir las del edificio.
Al salir del baño, reunión en el descansillo de la oficina, cada cual comentando lo que había sentido. Habiendo temblado la tierra en mitad de la jornada, hubo experiencias para todos los gustos, desde la mía, cepillo en boca, hasta la del que venía por la calle de comer y le sorprendía que tanta gente hubiera salido de tantos edificios de oficinas a fumar en el mismo preciso momento.
La frase del suceso: "¡¡¡Terremotoooooooooooooo!!!" (imagínese uno a una traductora china, gritando en inglés y corriendo escaleras de emergencia abajo).
Miércoles de incendio
Desde que llegué a Nueva York, el edificio en el que trabajo se ha caracterizado por la relativa frecuencia con que suena una alarma de incendios. Unas veces han sido falsas alarmas, otras se rumorea que traductores chinos que insisten en fumar en sus plantas. El miércoles, también al mediodía, volvió a sonar. Después de unos segundos, me acerqué a la recepción de nuestra planta, donde me dijeron que se trataba de una falsa alarma. Sin embargo, unos minutos después, vuelve a saltar y al mismo tiempo recibo una llamada de una compañera de pasillo:
- Compañera preocupada: ¿¿¿Dónde estás???
- Yo: Pues... en mi despacho.
- CP: ¿¿¿Y qué hacés (añádase el acento conosureño) en el despacho??? ¡¡Estamos abajo!! ¿No ha saltado la alarma arriba?
- Yo: Sí, pero me han dicho que era una falsa alama.
- CP: ¿¡Pero qué falsa alarma!? ¡¡Hemos vuelto de comer y había cuatro camiones de bomberos en la acera!! ¡¡Bajate ahora mismo!!
Veinticuatro tramos de escaleras después, salgo a la calle y, efectivamente, gran parte del personal de nuestro edificio estaba ya en la acera, mientras tres camiones de bomberos lucían bandera frente a la entrada y uno más se mantenía alerta en la esquina de la calle.
El susto termina con la explicación del encargado de seguridad de la organización sobre una polea de ascensor humeante (humo, pero no fuego, insistió) y una despedida con moraleja relacionada con el 11-S que nadie terminó de entender muy bien.
La frase del suceso: "¿Por qué quedará tan guapo un chico con cualquier traje, aunque sea acolchado y fluorescente como el de los bomberos?". Se rumorea que de poleas nada, que las apariciones de los bomberos no tienen nada de fortuitas...
Fin de semana de huracán
Por si no habíamos tenido suficientes sobresaltos en una semana, el huracán Irene, del que había oído hablar desde el lunes por estar aguándole las vacaciones en Puerto Rico a mi vecina, parecía seguir rumbo al norte y barrer la costa Este de Estados Unidos. Si bien ya habíamos tenido experiencias con tormentas tropicales en la Reunión y algún tifón en Filipinas (a finales de septiembre de 2008 llegaron dos tifones Pablo a Manila), uno no se espera que eso le vaya a tocar también en estas latitudes.
Las declaraciones, noticias y correos acerca de los preparativos comenzaron a volar. De entre las que recibí, destacaré dos. La primera, la del supermercado enfrente de mi casa, al que, por cierto, alguien le podía dar unos consejos de diseño gráfico (pínchese para ver con más "detalle"):
La segunda, más lograda y acorde a la sonoridad de la palabra "huracán", de mi tienda de tebeos habitual:
Independientemente del resultado final, razones para ser precavidos podía haber, básicamente por lo novedoso de un fenómeno así en una zona no preparada para ellos y por la densidad de población de esta ciudad. Así que, haciendo caso al alcalde Bloomberg, recogí mesa, sillas y tendal de la terraza y me recogí a mí mismo para un fin de semana de lectura, correos, blog y películas (menudo momento para quedarme de rodríguez en NY...).
El sábado amaneció gris pero tranquilo. Después de un rato de lluvia, salí para ver qué sensaciones había a pie de calle y tomarme una limonada helada del McDonald's (lo más parecido al granizado de limón peninsular que he podio encontrar aquí). Sorpresa mayúscula al llegar frente a mi amigo Ronald y ver que le habían dejado solo detrás de la puerta cerrada y empañada del local y unos tristes carteles.
Aproveché para dar una vuelta por el barrio y todo estaba igual: GAP, Dunkin' Donuts, las farmacias y tiendas que abren 24 horas... A falta de granizado, pensé en un dulce de Magnolia Bakery, pero Grand Central había cerrado hasta sus tiendas. Lo único que vi abierto fue una de esas farmacias supermercado, con colas allí nunca vistas, pobladas de italianos cargados de agua. De hecho, delante de mí se llevaron, a falta de agua barata, las tres últimas botellas de Evian.
Por otro lado, no era de extrañar la abundancia de italianos: la gran mayoría de personas que me crucé en media hora de paseo eran turistas. Me imagino que cuando uno tiene siete días en NY o, peor aún, un fin de semana, aprovecha cualquier descanso de la lluvia para echarse a la calle. Pero los residentes, por lo visto y lo comentado con otros, estaban todos bien parapetados en su casa, en casa ajena (como una de mis compañeras de trabajo, evacuada de su apartamento frente al río) o estado de Nueva York adentro.
Sin querer tentar demasiado mi suerte, volví a casa dispuesto a recogerme hasta el día siguiente. Antes de acostarme vi por casualidad la última rueda de prensa del alcalde, en la que hasta se atrevió a invitar a la precaución en un deslavazado español. Cuando me acosté, pasada la medianoche, el viento ya azotaba la lluvia contra las ventanas de mi habitación: ¿sería de verdad tanto como nos habían anunciado?
El día después
Como suele pasar con el carácter un tanto alarmista de los norteamericanos ("better safe than sorry", que les gusta decir), motivado en parte, imagino, por la facilidad para demandarse entre sí por cualquier cosa, al final Irene no fue para tanto. Cuando me levanté ya no llovía, y los únicos daños que se podían ver desde mi casa consistían en la desaparición de la bandera de EEUU de la azotea del edificio de enfrente y algo de agua en una circunvalación de Manhattan que circula pegada al río.
El paseo dominical para ir a comprar el periódico fue más largo que de costumbre, pues las tiendas cercanas donde lo suelen vender estaban cerradas. De hecho, no sabía ni si lo habrían distribuido. Caminando llegué hasta Tudor City, el complejo de edificios que hay entre mi casa y la ONU, y en la calle que desemboca en la Secretaría General había más movimiento de lo esperado. Al acercarme, varias ramas caídas tapaban no sólo la acera sino, más adelante, un árbol de tamaño considerable que había caído hacia un edificio y levantado un bloque de cemento de la acera. Sorprendentemente, la punta del árbol había chocado contra una ventana del edificio y lo que se rompió fue la madera, no el cristal.
Definitivamente, ya no hacen edificios como los de antes...
En estos casos no sé si se puede decir que se peca de precavido. Probablemente no ha sido así, aunque quizá lo de la evacuación obligatoria fue algo demasiado lejos. En lo personal, la experiencia no superó las sensaciones vividas durante la tormenta Diwa en la Reunión, pero estos yanquis al final consiguen hacer que te lo tomes en serio. Sin llegar a llenar la bañera, tuve mi palangana azul llena de agua y mi linterna recargable a mano en la mesita. Just in case...
La frase del suceso: Del alcalde Bloomberg: "Lo que tenemos que hacernos es ponernos en lo peor, prepararnos para ello, y esperar lo mejor". Cumplido palabra por palabra...
Martes de terremoto
La semana comenzó con la sorpresa de un temblor de tierra en pleno horario de oficina. El terremoto, con epicentro cerca de Virginia, sacudió Nueva York por unos segundos. Yo me encontraba en la oficina pero, por segunda vez, después de una primera experiencia sísmica no percibida en Alicante, me quedé sin sentir el movimiento. La razón, un tanto triste pero higiénica: me sorprendió lavándome los dientes, con lo que mis propias sacudidas me impidieron sentir las del edificio.
Al salir del baño, reunión en el descansillo de la oficina, cada cual comentando lo que había sentido. Habiendo temblado la tierra en mitad de la jornada, hubo experiencias para todos los gustos, desde la mía, cepillo en boca, hasta la del que venía por la calle de comer y le sorprendía que tanta gente hubiera salido de tantos edificios de oficinas a fumar en el mismo preciso momento.
La frase del suceso: "¡¡¡Terremotoooooooooooooo!!!" (imagínese uno a una traductora china, gritando en inglés y corriendo escaleras de emergencia abajo).
Miércoles de incendio
Desde que llegué a Nueva York, el edificio en el que trabajo se ha caracterizado por la relativa frecuencia con que suena una alarma de incendios. Unas veces han sido falsas alarmas, otras se rumorea que traductores chinos que insisten en fumar en sus plantas. El miércoles, también al mediodía, volvió a sonar. Después de unos segundos, me acerqué a la recepción de nuestra planta, donde me dijeron que se trataba de una falsa alarma. Sin embargo, unos minutos después, vuelve a saltar y al mismo tiempo recibo una llamada de una compañera de pasillo:
- Compañera preocupada: ¿¿¿Dónde estás???
- Yo: Pues... en mi despacho.
- CP: ¿¿¿Y qué hacés (añádase el acento conosureño) en el despacho??? ¡¡Estamos abajo!! ¿No ha saltado la alarma arriba?
- Yo: Sí, pero me han dicho que era una falsa alama.
- CP: ¿¡Pero qué falsa alarma!? ¡¡Hemos vuelto de comer y había cuatro camiones de bomberos en la acera!! ¡¡Bajate ahora mismo!!
Veinticuatro tramos de escaleras después, salgo a la calle y, efectivamente, gran parte del personal de nuestro edificio estaba ya en la acera, mientras tres camiones de bomberos lucían bandera frente a la entrada y uno más se mantenía alerta en la esquina de la calle.
El susto termina con la explicación del encargado de seguridad de la organización sobre una polea de ascensor humeante (humo, pero no fuego, insistió) y una despedida con moraleja relacionada con el 11-S que nadie terminó de entender muy bien.
La frase del suceso: "¿Por qué quedará tan guapo un chico con cualquier traje, aunque sea acolchado y fluorescente como el de los bomberos?". Se rumorea que de poleas nada, que las apariciones de los bomberos no tienen nada de fortuitas...
Fin de semana de huracán
Por si no habíamos tenido suficientes sobresaltos en una semana, el huracán Irene, del que había oído hablar desde el lunes por estar aguándole las vacaciones en Puerto Rico a mi vecina, parecía seguir rumbo al norte y barrer la costa Este de Estados Unidos. Si bien ya habíamos tenido experiencias con tormentas tropicales en la Reunión y algún tifón en Filipinas (a finales de septiembre de 2008 llegaron dos tifones Pablo a Manila), uno no se espera que eso le vaya a tocar también en estas latitudes.
Las declaraciones, noticias y correos acerca de los preparativos comenzaron a volar. De entre las que recibí, destacaré dos. La primera, la del supermercado enfrente de mi casa, al que, por cierto, alguien le podía dar unos consejos de diseño gráfico (pínchese para ver con más "detalle"):
La segunda, más lograda y acorde a la sonoridad de la palabra "huracán", de mi tienda de tebeos habitual:
Independientemente del resultado final, razones para ser precavidos podía haber, básicamente por lo novedoso de un fenómeno así en una zona no preparada para ellos y por la densidad de población de esta ciudad. Así que, haciendo caso al alcalde Bloomberg, recogí mesa, sillas y tendal de la terraza y me recogí a mí mismo para un fin de semana de lectura, correos, blog y películas (menudo momento para quedarme de rodríguez en NY...).
El sábado amaneció gris pero tranquilo. Después de un rato de lluvia, salí para ver qué sensaciones había a pie de calle y tomarme una limonada helada del McDonald's (lo más parecido al granizado de limón peninsular que he podio encontrar aquí). Sorpresa mayúscula al llegar frente a mi amigo Ronald y ver que le habían dejado solo detrás de la puerta cerrada y empañada del local y unos tristes carteles.
Aproveché para dar una vuelta por el barrio y todo estaba igual: GAP, Dunkin' Donuts, las farmacias y tiendas que abren 24 horas... A falta de granizado, pensé en un dulce de Magnolia Bakery, pero Grand Central había cerrado hasta sus tiendas. Lo único que vi abierto fue una de esas farmacias supermercado, con colas allí nunca vistas, pobladas de italianos cargados de agua. De hecho, delante de mí se llevaron, a falta de agua barata, las tres últimas botellas de Evian.
Por otro lado, no era de extrañar la abundancia de italianos: la gran mayoría de personas que me crucé en media hora de paseo eran turistas. Me imagino que cuando uno tiene siete días en NY o, peor aún, un fin de semana, aprovecha cualquier descanso de la lluvia para echarse a la calle. Pero los residentes, por lo visto y lo comentado con otros, estaban todos bien parapetados en su casa, en casa ajena (como una de mis compañeras de trabajo, evacuada de su apartamento frente al río) o estado de Nueva York adentro.
Sin querer tentar demasiado mi suerte, volví a casa dispuesto a recogerme hasta el día siguiente. Antes de acostarme vi por casualidad la última rueda de prensa del alcalde, en la que hasta se atrevió a invitar a la precaución en un deslavazado español. Cuando me acosté, pasada la medianoche, el viento ya azotaba la lluvia contra las ventanas de mi habitación: ¿sería de verdad tanto como nos habían anunciado?
El día después
Como suele pasar con el carácter un tanto alarmista de los norteamericanos ("better safe than sorry", que les gusta decir), motivado en parte, imagino, por la facilidad para demandarse entre sí por cualquier cosa, al final Irene no fue para tanto. Cuando me levanté ya no llovía, y los únicos daños que se podían ver desde mi casa consistían en la desaparición de la bandera de EEUU de la azotea del edificio de enfrente y algo de agua en una circunvalación de Manhattan que circula pegada al río.
El paseo dominical para ir a comprar el periódico fue más largo que de costumbre, pues las tiendas cercanas donde lo suelen vender estaban cerradas. De hecho, no sabía ni si lo habrían distribuido. Caminando llegué hasta Tudor City, el complejo de edificios que hay entre mi casa y la ONU, y en la calle que desemboca en la Secretaría General había más movimiento de lo esperado. Al acercarme, varias ramas caídas tapaban no sólo la acera sino, más adelante, un árbol de tamaño considerable que había caído hacia un edificio y levantado un bloque de cemento de la acera. Sorprendentemente, la punta del árbol había chocado contra una ventana del edificio y lo que se rompió fue la madera, no el cristal.
Definitivamente, ya no hacen edificios como los de antes...
En estos casos no sé si se puede decir que se peca de precavido. Probablemente no ha sido así, aunque quizá lo de la evacuación obligatoria fue algo demasiado lejos. En lo personal, la experiencia no superó las sensaciones vividas durante la tormenta Diwa en la Reunión, pero estos yanquis al final consiguen hacer que te lo tomes en serio. Sin llegar a llenar la bañera, tuve mi palangana azul llena de agua y mi linterna recargable a mano en la mesita. Just in case...
La frase del suceso: Del alcalde Bloomberg: "Lo que tenemos que hacernos es ponernos en lo peor, prepararnos para ello, y esperar lo mejor". Cumplido palabra por palabra...
No hay comentarios:
Publicar un comentario