lunes, 23 de abril de 2012

Medicaid, Medicare, Mediocre

Todo desplazamiento al extranjero entraña el riesgo de que se haya de descubrir, muy a nuestro pesar, una de las particularidades locales: la atención sanitaria. Trátese de de la joven pareja de españoles que caen víctimas de la maldición de Moctezuma en el mismo Perú o de una regia fractura en plena sabana, los achaques no conocen fronteras y pueden sorprendernos a todos a miles de kilómetros de nuestro hogar.

Hasta ahora, mis viajes no han sido demasiado accidentados, aunque sí tuve que encomendarme a enfermeras hindúes en Mauricio o experimentar mi primer TAC en Filipinas, donde por cierto nuestro paso por urgencias acabó con un alta voluntaria para evitar males mayores.

Al trasladarme a Nueva York, tenía que mentalizarme de que tarde o temprano debería ponerme en manos del tan peculiar sistema sanitario estadounidense. Vaya por delante que, por suerte, el seguro de salud vinculado a mi contrato es lo suficientemente bueno como para no tener que preocuparme por el Medicare, el Medicaid y los demás Mediparches de la atención médica en este país. Quizá por eso mismo, por estar cubierto por un buen seguro, pensé en un primer momento que la atención y las condiciones serían proporcionales al coste del servicio. Sin embargo, en el año que llevo aquí han surgido ocasiones para añorar la injustamente vilipendiada Seguridad Social española.

La experiencia sanitaria en este país parte por encontrar un médico de cabecera. Si bien todo el mundo recomienda tenerlo, algo más difícil es que te sugieran uno en concreto. La razón es que muchos de los que un compañero o amigo te recomienda han alcanzado ya el límite de pacientes que pueden atender. Y lo que es peor: el caso contrario, es decir, que aún haya “plazas disponibles”, no supone la admisión automática, sino que es preciso concertar una cita con varias semanas de antelación para que el médico decida si te acepta como paciente. Este proceso es desesperadamente rocambolesco cuando uno está intentando encontrar un médico de cabecera porque se encuentra ya enfermo y le dan cita dentro de cuatro semanas para que el médico decida si le mete en su fichero de pacientes.

En el caso de los especialistas, el proceso es más sencillo, ya que no suelen tener tanta clientela permanente. Sin embargo, es más complicado encontrar una recomendación personal, por lo que la segunda opción, muy habitual aquí, es consultar la lista de médicos del seguro y directamente, “googlear” su nombre para ver los comentarios que suscita. Ciertamente, es triste dejar en manos de valoraciones de dudosa fiabilidad la elección de quien debe encargarse de tu salud. Por suerte, descubrimos algunas páginas serias de reseñas médicas que, hasta ahora, nos han dado buen resultado.

Una vez que se ha encontrado un médico, sea de cabecera o un especialista, lo primero que sorprende son las condiciones materiales de las consultas de esta ciudad. Viviendo y trabajando en Manhattan, lo más cómodo es ver a médicos que se encuentren en la isla. Y, en ocasiones, las direcciones de las consultas presagian escenarios que no se corresponden con la realidad. Mi primera visita fue a un otorrino; llamémosle Dr. Otisman. Su consulta, cercana a mi trabajo, no había visto una capa de pintura en décadas. El material tampoco era mucho más moderno y rivalizaba en aspecto "retro" con sus gafas de pasta gigantescas, probablemente las mismas con las que se licenció en los setenta. Todo ello no habría sido catastrófico si no fuera porque en una de las pruebas que me hizo se tuvo que conformar con los resultados de un oído, ya que para el segundo el aparato pasó a mejor vida.

Mi segunda toma de contacto fue con el neurólogo al que me remitió el Dr. Otisman. La dirección de la consulta, cercana a Central Park, hacía pensar en un consultorio de altos vuelos del Upper East Side. Pero no fue así: sin ser tan cutre como el del otorrino, las salas de la consulta del neurólogo (un abuelito chileno encantador) eran tan exiguas que cuando me hicieron el electro me temía que la auxiliar se pusiera un electrodo a sí misma, de tan pegados que estábamos.

Terminaré con las condiciones materiales comparando la última clínica dental que visité en España, en el pueblo de San Juan de Alicante, con la primera en que me atendieron en Nueva York, entre el Empire State y el Chrysler. De nuevo, la ubicación engaña: la Dra. Zubov (seria, competente y recomendada por todo mi servicio, todo hay que decirlo) tenía en su consulta un material que se diría que hubiera salido con ella de la antigua Unión Soviética. Atrás quedaba la impoluta y luminosa consulta alicantina y su moderno equipamiento…

Respecto al trato personal y profesional, también hay anécdotas sorprendentes. En mi caso puedo citar el diagnóstico final del otorrino sobre mis mareos: “puede que fuera una infección, puede que fuera estrés, o puede que fuera simplemente voluntad divina”. Gracias, Dr. Otisman. Después de tres consultas y 2.000$ de cargos al seguro (con mis copagos correspondientes), es justo lo que mis oídos esperaban escuchar.

Otras personas cercanas tampoco se han librado de dictámenes o consejos asombrosos. A un amigo le dijeron que tomara más vitamina D y que “mirara en Internet de dónde sacarla”. Una que yo me sé sospecha que unos análisis que revelaron cierto nivel de colesterol eran en realidad las pruebas de la abuelita que la precedió en la consulta (aunque quizá esto sea más el deseo de que haya equivocación que otra cosa…). Y en otro caso, ante unos dolores de cabeza, los médicos comenzaron por sugerir, sin haber realizado pruebas, que podría tratarse de un tumor cerebral, cuando en realidad se trataba de jaquecas.

No es mi intención cebarme con el sistema sanitario estadounidense ni pretender que el español, siendo de primer orden, no tenga problemas. Simplemente me llama la atención que, como en tantos otros ámbitos del sector servicios, la atención sanitaria en Nueva York sea un tanto decepcionante en relación con el precio que se paga por ella. Y yo he visto las consultas de los mejores barrios: habría que ver las de las zonas más deprimidas...