lunes, 1 de agosto de 2011

Vodka on the beach

Siento comenzar esta entrada sobre el lado ruso de Nueva York con un tópico fotográfico tan evidente. Pero la imagen recoge la esencia de lo experimentado un día de verano en una playa en el sur de Brooklyn, a algo menos de una hora en metro del centro de Manhattan: Brighton Beach. O tal vez debería decir "Брайтон-Бич". El barrio del mismo nombre, también conocido como "la pequeña Odesa", está habitado por una mayoría de ex residentes de la antigua Unión Soviética (rusos, ucranianos, armenios, georgianos, uzbecos...) de modo que el vecindario parece un Chinatown a la euroriental, con carteles en cirílico, librerías con toda la edad de oro de la literatura rusa en versión original y restaurantes en los que comer "blinis" y beber "kvas".

La playa
Al contrario del aire aristocrático que debía de reinar en los balnearios de Odesa, la playa de Brighton Beach se asemeja más a un Benidorm al que se hubieran llevado a pasar el día a todos los rusos de Altea. Tras desplegar la toalla, un barrido visual y auditivo hace pensar al playista que en lugar de tomar el metro hasta Brooklyn se ha teletransportado hasta alguna playa del Mar Negro: abundan las chicas y los chicos cuyo aspecto denota genes de Europa del Este: rubios y, reduciéndolo a una impresión simplista, "con cara de rusos". Pero, en la mayoría de los casos, la impresión se confirma, y cuando abren la boca abunda el ruso en el ambiente. Así, la estampa benidormense de toallas y sombrillas queda sólo desfigurada por la conversión del típico "¡¡¡CARLITOOOOOOOSSS!!! ¡¡Vente pacáááááá!!" en un "SASHAAAAAAAAAAA!!! Idí syudááááá!!!".

La playa en sí no es excesivamente distinta de algunas de las que se puedan encontrar en España. Eso sí, si antes he usado la invención "playista" no es por capricho: en Brighton Beachno me podría considerar bañista puesto que no creo que me atreva a meterme en esas aguas del Atlántico. A pesar de ser compartidas con las de Asturias, antes me metería en las del norte de España llenas de algas que en las del sur de Brooklyn. Digamos que no se veían repulsivas, pero tampoco nadie a quien haya preguntado me ha animado hasta el momento a bañarme en estas playas, salvo un taxista ruso que me contó que para desentumecerse de sus turnos de doce horas nadaba media todos los días en estas mismas aguas.

La comida
¿Puede existir algún lugar en Estados Unidos en el que no se sirva Coca Cola? Sí, existe, aunque socialmente está más cerca de Europa que de América. Se trata del "Café Glechik", un restaurante sencillo en el que uno puede ejercer el delicado arte de pedir comida en ruso (sobre todo si no recuerda cómo se dice hígado). Especializado en comida típica de Odesa, por suerte el menú en ruso tiene su traducción al inglés en el reverso.
Haciendo demasiado calor para el "borsch" (sopa de remolacha), nos animamos a pedir champiñones en salsa, pollo strogonoff y "pelmeni" gratinados, una especie de ravioli muy típicos de la comida rusa o ucraniana. Para beber, los rusófonos de las mesas cercanas tomaban té caliente, como se suele hacer en sus lugares de origen incluso en verano. Nosotros, viniendo de la playa, optamos por "compote", una bebida a base de mermeladas de bayas y... agua, puesto que al pedir Coca Cola nos miraron como si la hubiéramos pedido en un gulag de Siberia hace 50 años.

Coney Island
Después de comer y de comprar un disco de pop rock ruso por 5 dólares (probablemente falso), dimos un paseo hasta una construcción de hierro, una torre roja en el horizonte que se divisa en todo momento desde la arena de Brighton Beach: se trata de una de las atracciones reunidas en Coney Island, una isla que dejó de serlo cuando rellenaron la separación con escombros. Antes de la Gran Depresión fue todo un referente del ocio marítimo neoyorquino, pero hoy lucha por recuperar cierto brillo tras años de capa caída. Cuenta para ello con un parque de atracciones tradicionales, un acuario y un agradable paseo de tablones poblado de bares, puestos de comida y alguna que otra tienda.

Por cierto, que aquí es donde se celebra el famoso concurso de comida de perritos calientes, patrocinado por un puesto de perritos cercano. El ganador de este año acabó con 62 en 10 minutos, 6 por debajo de su propio récord. El mítico japonés que ganaba hace unos años está peleado con la "Major League Eating" y no le dejan presentarse. Dónde quedan los conflictos de la NBA, cuando hay 60 perritos de por medio...

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