lunes, 12 de septiembre de 2011

Pedaladas de rodríguez (I): el 11-S sobre dos ruedas

El verano en la costa este apura los últimos calores y las excepcional e internacionalmente retransmitidas tormentas. Pero, al igual que los huracanes en esta parte del mundo, también hay otra cosa que se dice es propia del verano: las bicicletas.

Tras la holandesa y la inglesa, la americana

La mía tardó en llegar, debido principalmente a mis dudas acerca del modelo que debía escoger. Podía optar por uno funcional, con marchas, o bien subirme a las tendencias más alternativamente respetadas de la onda bicicletera neoyorquina y hacerme con una bici de piñón fijo y freno de contrapedal. La incertidumbre de verme con una bici sin frenos en mi primera incursión sobre dos ruedas en la gran ciudad hizo que me inclinara por una bici de paseo, encontrada de buena segunda mano y mejor precio en Craigslist (los anuncios clasificados electrónicos más socorridos en la actualidad en este país).



Tras alguna incursión tentativa, llegó agosto y con él una tradición que pensaba nunca experimentaría, dadas las nuevas costumbres sociales y la incorporación de la mujer al mercado laboral: la de quedarme de rodríguez. Abandonado a mi solitaria suerte durante veinte días, en pleno verano, sólo me quedaba mi fiel escudero Willy Schwinn para intentar sacarle el jugo rodado a la Gran Manzana. Y no, no llego al extremo de ponerle nombre a mi bici: son el modelo (Willy) y la marca (Schwinn); casa estadounidense, por cierto, pero, una vez más, made in China.

El uso de la bicicleta en Nueva York ha crecido considerablemente en los últimos años, gracias en parte a una concejal de transportes demonizada por cierta parte de los, como ella misma dice, “8,4 millones de planificadores de tráfico” que pueblan esta ciudad. Más de 15.000 personas van a trabajar al distrito financiero cada día en bicicleta, aunque sólo supone el 0,6% de los desplazamientos. Aun así, sean montadas por chinos y latinos que reparten comida en dirección prohibida o por traductores que aparcan sus velocípedos en los pasillos de su oficina, rara es la vez que uno sale de casa y no se cruza con varias bicicletas por las calles.

Así pues, con una ciudad que acaba de duplicar sus kilómetros de carril bici, un clima aceptable, tiempo libre y muchas calles y parques que pedalear, los días de rodríguez han dado para varias excursiones cicloturistas. Saltándome el orden cronológico, empezaré por la fecha más significativa.

11-S: pedaladas contra el jet lag

Recién aterrizado de unas breves vacaciones transatlánticas, y con ánimo de no quedarme en el sofá padeciendo los efectos del desfase horario, apenas llegué a casa me di un baño y bajé a por mi bici. No importaban los diez días de abandono: allí estaba mi fiel Willy, reclamando únicamente un poco de aire para llevarme donde las piernas aguantaran. Siendo la víspera del 11-S, me pareció buena idea bajar hasta la Zona Cero para ver cuál era el ambiente, ya que meterme allí el mismo día de la ceremonia sería prácticamente imposible.

A diferencia de otras excursiones, ni siquiera planifiqué la ruta, pues la cuadrícula de Nueva York hace que los desplazamientos sean bastante intuitivos. Tras una infructuosa parada en el mercadillo de la calle 25, bajé por las avenidas del lado oeste hasta darme de bruces, sin haberlo planeado, con lo que estaba buscando: los coches de policía que cortaban las calles adyacentes me avisaban de que había llegado a los terrenos del World Trade Center. Un gesto con dos dedos de un agente me bastó para saber que podía pasar con la bici, pero desmontado. Según me acercaba a la valla del vasto espacio que todavía está por construir, comenzaba a notarse otra de esas amalgamas de personajes con que te sorprende de vez en cuando esta ciudad. Abundaban, por supuesto, los turistas. Algunos, recogidos, se quitaban la gorra al acercarse al recinto, en señal de respeto. En el extremo opuesto, una madre de aspecto nórdico fotografiaba a su rubia hija, ya entrada en razón, mientras posaba frívola y jovialmente, imitando con sus brazos estirados y partiéndose de risa el rascacielos todavía a medio levantar.



Además de los turistas, también había elementos dedicados a las reivindicaciones más variopintas. Un joven, con peluca de cuernos azules y rojos, explicaba mientras una cámara le entrevistaba que se había vestido así para llamar la atención (cosa obvia, aunque no explicaba acerca de qué). En el campo de los apocalípticos, un cartel invitaba a buscar a Jesús mientras aún podamos encontrarlo. Pero sin duda los que más abundaban eran los predicadores de teorías conspirativas sobre la verdadera naturaleza de la catástrofe del 11-S. Unos culpaban a Bush (otro trabajo interno, en su opinión, para poder ir a la guerra), mientras que los más comedidos simplemente clamaban que algo no cuadra en todo lo que sucedió.



Al día siguiente, mi desfase horario me levantó lo suficientemente tarde como para descansar y lo bastante temprano (7:30) como para ver (sin bicicleta y, esta vez sí, desde el sofá) el comienzo de la ceremonia de conmemoración. No faltó ninguno de los elementos que se podían esperar: los gaiteros de policías y bomberos, el coro juvenil que entonó el himno nacional, la bandera rescatada de la catástrofe... Me sorprendió, sin embargo, la sobriedad de los mensajes de los presidentes Bush y Obama, que evitaron las declaraciones personales, y leyeron en su lugar textos ajenos de carácter político y religioso, respectivamente (aunque se podría añadir que el salmo y la carta que escogieron no estaban carentes de mensaje).

Sea como fuere, una cosa es cierta, y es que los estadounidenses, como siempre, son únicos a la hora de emocionar. Si la ocasión era ya de por sí lacrimógena, la puesta en escena y la pasión que esta gente pone cuando quiere tocar la fibra sensible nunca deja indiferente. O eso, o vengo de un país con un espíritu de unidad tan minado, que cualquier cosa a su lado es puro sentimiento. Y si no, al tiempo: dentro de dos años, cuando nos toque a nosotros recordar a los nuestros, ¿seremos tan necios de desempolvar las mochilas o la foto de las Azores?

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