domingo, 26 de agosto de 2012

Arenales neoyorquinos


El verano en Nueva York da para muchas cosas, como prueba mi largo silencio bloguero. Los festivales, los conciertos, las ferias callejeras, los picnics en el parque… Y, aunque no sea una de las imágenes que Nueva York suele evocar, también las playas. Probablemente, el motivo de que pasen desapercibidas es que ninguna de ellas se encuentra en pleno Manhattan. En su lugar, para disfrutar de la arena y el mar los neoyorquinos deben realizar trayectos que equivaldrían al tiempo de desplazarse de Cuenca a Cullera y volver en el día.

Verrazzano Bridge y playa de Staten Island. Foto: nycgovparks.org

Mis veranos siempre han tenido un componente acuático: la piscina a diario en la meseta, las algas y la gelidez del Cantábrico, la calma chicha del Mediterráneo. En ese sentido, este verano en Nueva York ha sido más duro, puesto que atrás quedó la piscina de nuestra primera residencia en Manhattan y no hubo veraneo español para mí. Por ello, hemos intentado compensarlo montando en bicicleta, metro, autobús, tren y ferry para descubrir las playas más cercanas en la zona de Nueva York (de las que sólo conocíamos Brighton Beach).

Rockaway

Al sur de Brooklyn y cerca del aeropuerto JFK se encuentra una estrecha península que acoge la zona de Rockaway. Es un trecho residencial, pero también de parques y playas abiertas al Atlántico, en una progresión en la que, de oeste a este, la zona verde va desapareciendo para dar paso a las urbanizaciones.

La sombrilla de los alternativos
Para visitar esta zona hay que organizarse, ya que sólo se accede a pie o en bicicleta. Nosotros fuimos una vez en metro, con las bicicletas, hasta Brighton Beach y de allí pedaleamos unos 30 minutos hasta el parque de Fort Tilden. La segunda hice todo el trayecto en bici: creo que nunca había hecho 30 km para ir a la playa. La menor facilidad de acceso eso se nota, pues además de no haber demasiada gente, la que había se ajustaba al patrón de aquellos dispuestos a caminar como mínimo 20 minutos desde la parada de autobús más cercana: jóvenes. Para más señas, aquella parece ser la playa de la gente alternativa que puebla Williamsburg (los llamados hipsters). Prueba de ello es que apenas había sombrillas clavadas en la arena (demasiado vulgar, ¡por favor!), y en su lugar abundaban los parapetos montados con palos, telas y cuerdas, material reciclado y reciclable. Además, para que ningún joven tuviera que renunciar a sus patrones de consumo ni tan siquiera en la playa, el único puesto de bebidas y tentempiés consistía en un bicicarrito, cuyo barbudo dependiente no vendía (¡vade retro!) Coca-Cola y limitaba su oferta a zumos de comercio justo y patatas fritas orgánicas. Como último rasgo que denota el carácter alternativo de su público, en Fort Tilden se pueden ver melones al aire, cosa nada común en el resto de los puritanos Estados Unidos.

¿Alguien dijo San Juan?
Tras un primer chapuzón en aquella playa, pedaleamos otros 30 minutos hasta llegar a la zona de Rockaway propiamente dicha, que nos hizo sentirnos como en algunas de las playas de Levante: apartamentos en primera línea de playa, paseo marítimo de cemento y barandilla, duchas y gente, mucha gente. La razón de la concentración de bañistas es que a esta zona sí que se puede acceder en coche y en metro y caminar menos de cinco minutos hasta la arena por calles llenas de mercadillo veraniego y comida barata.



La playa en sí también recordaba, salvando las distancias, a las del Mediterráneo: rectilínea, de arena similar, con socorristas y con avionetas anunciado todo tipo de productos. El agua, eso sí, estaba más fría que la de Levante, pero más cálida y reposada que la del Cantábrico, a pesar de que esta playa es la de referencia para los surferos de Nueva York (el año pasado Quiksilver celebró una gran competición aquí).


Staten Island

Staten Island es el distrito olvidado de Nueva York: pocos lo visitan y los turistas que lo hacen suele ser para darse media vuelta y volver a montar en el ferry gratuito que pasa por delante de la Estatua de la Libertad.

Sin embargo, tiene una larga franja de playa y paseo elevado de madera (Franklin D. Roosevelt boardwalk and beach) a la que se puede llegar fácilmente en bici tras dejar atrás el bonito puente de Verrazzano. Yo estuve allí el año pasado, pero en un día que no era de playa, por lo que no conocía el ambiente veraniego. El resultado de la visita fue algo decepcionante: tanto la playa como el agua nos parecieron menos limpias que en Rockaway y el público era más ruidoso y desconsiderado. Por no hablar de la comida del chiringuito…

Pero, al menos, pasamos un día al sol, nos quitamos el mono de darnos un chapuzón y tachamos una playa de la lista.

Los Hamptons

Su fama los precede. Son uno de esos sitios que despiertan tanta curiosidad que quien no ha estado, quiere ir. Aparecen en las series de niños pijos. Tienen su propia línea de autobuses. Y, si se tiene el dinero suficiente, se puede ir directamente en hidroavión desde Manhattan. Picados por la curiosidad, y después de una ardua búsqueda de alojamiento hasta encontrar lo menos prohibitivo (un hotel correcto a las afueras de East Hampton), pusimos rumbo a la punta este de Long Island, refugio veraniego de los neoyorquinos pudientes.

Tras hora y media en tren y otra hora en coche, llegamos a nuestro destino, donde nos dieron un permiso para aparcar en las playas de la zona. Porque aquí, con excepciones, las playas, incluidos sus aparcamientos, son privadas, semiprivadas o de uso exclusivo para residentes. De ahí que no mucha gente venga a pasar el día (los constantes atascos tampoco ayudan).

La primera tarde fuimos hasta la playa más cercana al hotel y nos sorprendió comprobar el mismo fenómeno que en Rockaway: allí donde llegan los coches, hay gente, pero si hay que caminar más de 300 metros, la playa está desierta. Como buenos españoles acostumbrados a pelear por el mejor sitio en la arena, no nos costó desplazarnos mínimamente hasta instalarnos en un lugar donde, a nuestra derecha, no había una sola toalla en un kilómetro a la vista. De nuevo, playas largas, lisas, con pequeñas dunas pero, al contrario de las anteriores, sin apenas edificios. Y, cuando los hay, son casas de playa de las que se agradece ver, colocadas esporádicamente y con buen gusto.

Aquí también hay surf, sobre todo al final de la isla, pero por desgracia para uno de nuestros acompañantes, en nuestro caso tuvimos olas demasiado pequeñas, aunque lo suficientemente grandes como para revolcar a un par advenedizas y perder una aleta.
Foto censurada para preservar la identidad del surfista.

El panorama social de la zona (incluido Montauk y otras playas vecinas que visitamos) también varía enormemente respecto a la capital: digamos (sin ánimo de ofender, era la realidad) que unas y otras tienen índices opuestos de personas negras, latinas o con sobrepeso. En tres días creo sólo vimos a un par de parejas negras y una docena de barrigas, mientras que el español que escuchamos, que en las playas metropolitanas es incesante en boca de mejicanos, colombianos y ecuatorianos, en los Hamptons se limitó a unos escasos españoles y conosureños.

También es digno de mención el parque móvil, en el que abundan los jeeps, los descapotables y los todo terreno que el personal utiliza para entrar en la misma arena y descargar todo lo necesario para la barbacoa nocturna. Y las bicis, como en toda zona costera, claro. Salvo que aquí, como en la Asturias de mi juventud, la gran mayoría estaban tiradas en el suelo, sin atar, sin candado. Por suerte, aún hay sitios así…

Balance playero

Después de la visita a los Hamptons no creo que haya playas neoyorquinas que igualen la tranquilidad, el paisaje y la limpieza de aquel ambiente. Nos quedan todavía algunas otras por visitar, como Long Beach, Fire Island, Sandy Hook o las playas de Nueva Jersey, destinos todos de los que nos han hablado bien. Pero no nos engañemos: sólo unas pocas playas (Filipinas, la Reunión) han conseguido hacernos olvidar los veranos en España. Las de Nueva York nos han servido para matar el gusanillo de la arena y el chapuzón salado, pero no evitan que añoremos las playas españolas, sean del norte o del este, con sus ventajas y sus inconvenientes, pero las nuestras al fin y al cabo…

6 comentarios:

  1. tal y como pintas el panorama desde luego que dan ganas de ir y recorrer todos esos sitios! :)

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  2. Hola Pablo, muy bueno el post sobre las playas y muy buenas las fotos, sobretodo la que me has puesto el antifaz. Ha sido un placer recorrer algunas de las playas con vosotros y aún estoy buscando una playa con buenas olas.
    Un saludo.

    Pedro

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  3. si se me pone esa sonrisa a la próxima me apunto :)

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  4. Casi mejor disfrutar de las playas aqui y alli disfrutar de otras maravillas. Mas que nada por las distancias y las dificultades para acceder a algunas de ellas. Sigue siendo feliz. Un abrazo y recuerdos a la chica del Vikini rojo. Me suena su cara.

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  5. Totalmente de acuerdo...
    En España tenemos unas playas de ensueño.
    Nueva York puede ofrece otras alternativas mucho más interesantes, no os parece?
    Gracias por las bellísimas fotografías y por compartir tus experiencias con nosotros.
    Bonita chica la del bikini...

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  6. Nunca hubiera imaginado así las playas de Nueva York. Es más, no piensa uno en un destino así para ir de playeo...
    En España tenemos unas playas magníficas, eh...y las de allí por lo que muestras también son alucinantes.

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