domingo, 1 de mayo de 2011

¿Vivir a lo "Sexo en Nueva York"?

Comienza el asombro

Broadway y Central Park. Eso ha bastado de momento para sacar el matiz sorprendente que uno espera de Nueva York después de tanta antelación, comentarios grandilocuentes y expectativas. Como comenté en su momento, la Quinta Avenida no me emocionó especialmente, quizá porque nunca me ha ido demasiado la moda a nivel abrumador. Tal vez la falta de emoción resida también en haber llegado con los antecedentes en la memoria de varias ciudades con rascacielos, como Toronto, la más similar a Nueva York hasta ahora, o Hong Kong y Shanghái en Asia. Puede que cuando uno sale de España y la primera gran urbe con torres de decenas de pisos que conoce es Nueva York impresione más que si ya se han tenido varias muestras como aperitivo.

Sin embargo, en el segundo día en la ciudad, enfilar Broadway y llegar a la altura en que se une con la Séptima sí que consiguió transportarme a lo que me podía esperar como pasmoso de esta ciudad. Ya antes de ese nexo comienzan a aparecer los grandes anuncios de musicales y anuncios publicitarios. Entonces uno llega a Duffy Square y se sienta en las gradas rojas que cubren el pequeño edificio en el que recientemente han reunido todas las cabinas de venta de billetes para los musicales. Ahí estoy. Esto sí que es el Nueva York que me impresiona. Las pantallas son de un tamaño descomunal y, aunque la parafernalia anuncie marcas que no resultan en su mayoría extrañas, pues ya las tenemos por todas partes, no deja de ser algo diferente a todo lo que haya visto anteriormente. Máxime cuando desde esas gradas rojas alcanza uno a ver Times Square y, sobre uno de los edificios que la flanquean, una gran bola y un cartel de “2011”. Obviamente, el primer pensamiento al localizar esa esfera en las alturas es trasladarse al 31 de de diciembre, e imaginarme esperando en este mismo peldaño rojo, aunque rodeado de algunas miles de personas (más), la llegada del nuevo año. No obstante, no creo que mi fiel adalid fuera a resistir la espera, ni aunque nos lleváramos los langostinos cocidos de cena y una botella de sidra “El Gaitero” para intentar entrar en calor.

De nuevo, me imagino que la sensación en torno a Broadway es una cuestión de impresiones y experiencias previas. Del mismo modo que a alguna apasionada de las tiendas (se me ocurre alguna candidata…) puede parecerle un sacrilegio que yo no me inmute con la Quinta Avenida, quizás alguien que llegue habiendo estado ya en Tokio no le impresionara Duffy Square tanto como a mí.

Lo mismo me figuro que sucederá con Central Park, que es donde hemos pasado la mañana del domingo. Veníamos con el grato recuerdo del Bois de la Cambre, en Bruselas, como ejemplo más cercano de gran parque urbano. La Casa de Campo no la conocimos demasiado, por lo que no podemos comparar, y otros ejemplos como El Retiro o el Campo de San Francisco de Oviedo se quedan pequeños como referencia. Así que Central Park, simplemente, es grandioso. Por un lado, por el hecho de pensar que fue obra del hombre y que se haya conseguido una zona tan espectacular partiendo de un cenagal. Por otro, porque sorprende que quienes lo levantaran no cedieran (ni hayan cedido sus descendientes) a aprovechar el espacio, como se ha hecho con tantas otras zonas de la ciudad, para el desarrollo urbanístico. Y por último, aunque esto es meramente accesorio y muy personal, porque cuando mientras lo visitábamos circulaban a nuestro lado miles de bicicletas. Como ya sabía, hoy se celebraba la “Vuelta a los cinco distritos” municipales de NY, en la que, por desgracia, no hemos podido participar por estar cerrado ya el cupo. Pero ver tal magnitud de ciclistas circulando tranquilamente por el parque ha sido un gran placer (aunque más lo habría sido haber podido cruzar alguno de los puentes de la ciudad sin tráfico, cerrado para los locos de las dos ruedas…).

Vecinos de Sarah

Como ya anunciaba, el sábado seguimos con nuestras citas inmobiliarias. Y no fue una visita cualquiera. Estuvimos con una agente española que llega ya largo tiempo en Nueva York y que nos llevó a ver un apartamento en Greenwich Village (“el Village”, para los locales), una de las zonas con más carisma de la ciudad, aunque en un sentido totalmente diferente a la imagen que uno suele asociar con Nueva York: calles arboladas y estrechas de un solo sentido, edificios de tres o cuatro alturas con escalinatas de acceso y restaurantes desenfadadamente elegantes para gente a la última del moderneo.

La casa que vemos está en una de esas calles; hace esquina, y es propiedad de unos gallegos que llevan ya décadas en Nueva York. En la planta baja tienen un restaurante español, y en las tres superiores, apartamentos de alquiler. Vemos el del tercero, algo pequeño, en comparación con lo que habíamos visto antes. Pero al menos tiene un considerable punto positivo: la terraza. No, no una simple terraza, sino toda la superficie del tejado, donde pretenden instalar suelo y valla de madera para poder disfrutarla con el buen tiempo (la barbacoa del anterior inquilino estaba ya arriba). Desde allí se ven los tejados de edificios similares en la cercanía, algunas torres más altas en el horizonte y, casi en todo momento, algún avión o helicóptero sobrevolando el cielo neoyorquino.

Pero la nota más peculiar acerca del apartamento la pone el vecindario: aún desde el tejado, apoyados en la barandilla de la terraza, nuestra anfitriona nos señala una casa en la manzana de en frente, a priori una casa más en la fila de adosadas que integra. En ella, nos dice, vive Sarah Jessica Parker, una de las protagonistas de “Sexo en Nueva York”. Se enteran de cuándo va a salir de casa por la nube de paparazzi que toma posiciones en el restaurante de la planta baja. Y algo parecido, nos sigue diciendo, sucede cuando va a comer en él Brad Pitt, que tiene piso en otra casa cercana.

Bien saben los que me conocen (y algunos que han intentado que lo vea) que a mí Sarah Jessica Parker, “Sexo en Nueva York” e incluso “Gossip Girls” me han dejado, igual que la Quinta Avenida, un tanto indiferente . Y más en este caso, ya que el hecho de que la Parker viva al lado no creo que ayude a bajar el precio que piden ya de por sí alto para el alquiler en uno de los barrios mejor valorados por los neoyorquinos que buscan vivir en una zona con personalidad.

Antes de irnos, pasamos también por una pastelería (“Magnolia Bakery”) que, según nos han dicho, sale también en la serie. Bueno, lo de pasar es más literal que nunca, porque la cola da la vuelta a la esquina de manera casi ininterrumpida desde que sus protagonistas aparecieron degustando sus magdalenas decoradas (“cupcakes”) en ella. Eso sí, sé de alguna que se acercará algún día para ver si necesitan aprendiz de decoradora de pasteles…

Mañana, el gran día

2 de mayo. Mientras mis amigos madrileños estarán de puente, yo comenzaré mi aventura laboral en las Naciones Unidas. La verdad es que hasta ahora no he estado apenas nervioso, pensando siempre que lo más difícil, llegar hasta aquí, ya estaba hecho. Pero a medida que se acerca el día sí que crecen tanto las ganas como, en menor medida (ya lo sabrán quienes me conocen) los nervios. De momento, no creo que mañana tenga ya una toma de contacto significativa con el trabajo, sino más bien papeleo. Pero eso es harina de otro costal, que llegará, esperemos, en la próxima entrada…

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