Las cuatro de la mañana. El hombre que no duerme en la ciudad que nunca duerme. Por suerte, será pasajero: para mi cuerpo son las 10 de la mañana, una hora prudente para levantarse por más que me haya acostado tarde. O pronto, según se mire, ya que a las 21:30 del reloj (real, no biológico) estaba en la cama. Enciendo la tele y, mientras aquí es de noche cerrada, los distinguidos invitados comienzan a acceder a la Abadía de Westminster para la boda del año.
Efectivamente, es mi primera noche en Nueva York.
Parecía que no íbamos a llegar nunca, cuando me ofrecieron un contrato hace ya nueve meses… pero lo hicimos. Con sentimientos encontrados, porque esta vez, al contrario de periplos anteriores en el extranjero, no tenemos fecha de retorno fijada de antemano. Pero con una gran ilusión por comenzar una nueva etapa en una ciudad que se antoja fantástica. Porque, si alguna conclusión se puede extraer de todas las conversaciones previas sobre nuestro nuevo destino, es que Nueva York cautiva a todo el que la ha visitado. Así como otras ciudades (Bruselas, por ejemplo, aunque yo sea un profundo defensor de su melancolía) despiertan opiniones variopintas, no ha habido ningún comentario de todos aquellos, de las más variadas condiciones y personalidades, que han estado allí (perdón, aquí, aún no me acostumbro) y me han transmitido su experiencia.
Azar, presagios y la vida misma
Efectivamente, es mi primera noche en Nueva York.
Parecía que no íbamos a llegar nunca, cuando me ofrecieron un contrato hace ya nueve meses… pero lo hicimos. Con sentimientos encontrados, porque esta vez, al contrario de periplos anteriores en el extranjero, no tenemos fecha de retorno fijada de antemano. Pero con una gran ilusión por comenzar una nueva etapa en una ciudad que se antoja fantástica. Porque, si alguna conclusión se puede extraer de todas las conversaciones previas sobre nuestro nuevo destino, es que Nueva York cautiva a todo el que la ha visitado. Así como otras ciudades (Bruselas, por ejemplo, aunque yo sea un profundo defensor de su melancolía) despiertan opiniones variopintas, no ha habido ningún comentario de todos aquellos, de las más variadas condiciones y personalidades, que han estado allí (perdón, aquí, aún no me acostumbro) y me han transmitido su experiencia.
Azar, presagios y la vida misma
El trayecto hasta aquí fue placentero. De hecho, fuimos tan cómodos que durante una gran parte del viaje no era apenas consciente de la transición, más que física, que estaba realizando en ese momento. Supongo que para eso se han concebido las últimas prestaciones de los aviones, es decir, para que uno desconecte y no esté pensando en el ruido que hace el avión o las horas que lleva metido en ese autobús con alas. Pues a veces lo consiguen: había momentos en que parecía que en lugar de un avión estuviera en un cine, viendo despreocupadamente “Inside job” (aunque he de decir que lo de no viajar en turista ayuda, y mucho…).
Durante el vuelo disfruto de una coincidencia de las que parecen propias de un malabarismo del azar oportunamente planeado en el tiemplo y el espacio: en la revista “Viajar” que nos reparten, un artículo sobre Cuenca (con los gazapos habituales, pero incomprensibles cuando le dedicas un artículo entero, de “ciudad manchega” y “casas colgantes”) y otro sobre “Lo más a la última del Soho”. Curiosa metáfora, reunida en unas páginas y hallada a mitad de camino, del a dónde vamos y de dónde venimos, si bien tampoco sea la intención cambiar el espíritu parco que aquella tierra me contagió por el esnobismo sin cuartel al que uno se puede aficionar por estos lares.
Ya en tierra, otro detalle que, siendo supersticioso, uno podría tomar por un buen presagio. Al ir a pagar los 5 dólares por un carrito para el equipaje (sorpresa: se acabó el método supermercado, aquí la moneda no te la devuelven), la máquina me devuelve por error una moneda. Le pregunto al operario que había estado destripándola apenas un instante antes, y me dice que me ha salido por error, que me la quede y me ahorre un dólar por el carrito. Un momento. ¿Un dólar? ¿Desde cuándo hay monedas de un dólar de uso corriente?. La moneda de mayor valor que yo conocía hasta ahora era la de 25 centavos, y los únicos dólares en metal que había visto eran los de la colección de Presidentes de EEUU que empezaron a acuñar hace unos años, que había tomado por piezas de colección, pero que por lo visto son también de uso corriente. Sea como fuere, la sorpresa de este “regalo” de una moneda desconocida (y con cierto encanto, todo sea dicho, dorada y resplandeciente), suena a buen comienzo y me la guardo en el maletín para no mezclarla con las demás y guardarla de recuerdo del comienzo de la nueva experiencia que en ese momento, apenas descendidos del avión, comenzaba para nosotros en Nueva York. ¡Esperemos que nos aguarden tiempos tan brillantes como los de este dólar!
Durante el vuelo disfruto de una coincidencia de las que parecen propias de un malabarismo del azar oportunamente planeado en el tiemplo y el espacio: en la revista “Viajar” que nos reparten, un artículo sobre Cuenca (con los gazapos habituales, pero incomprensibles cuando le dedicas un artículo entero, de “ciudad manchega” y “casas colgantes”) y otro sobre “Lo más a la última del Soho”. Curiosa metáfora, reunida en unas páginas y hallada a mitad de camino, del a dónde vamos y de dónde venimos, si bien tampoco sea la intención cambiar el espíritu parco que aquella tierra me contagió por el esnobismo sin cuartel al que uno se puede aficionar por estos lares.
Ya en tierra, otro detalle que, siendo supersticioso, uno podría tomar por un buen presagio. Al ir a pagar los 5 dólares por un carrito para el equipaje (sorpresa: se acabó el método supermercado, aquí la moneda no te la devuelven), la máquina me devuelve por error una moneda. Le pregunto al operario que había estado destripándola apenas un instante antes, y me dice que me ha salido por error, que me la quede y me ahorre un dólar por el carrito. Un momento. ¿Un dólar? ¿Desde cuándo hay monedas de un dólar de uso corriente?. La moneda de mayor valor que yo conocía hasta ahora era la de 25 centavos, y los únicos dólares en metal que había visto eran los de la colección de Presidentes de EEUU que empezaron a acuñar hace unos años, que había tomado por piezas de colección, pero que por lo visto son también de uso corriente. Sea como fuere, la sorpresa de este “regalo” de una moneda desconocida (y con cierto encanto, todo sea dicho, dorada y resplandeciente), suena a buen comienzo y me la guardo en el maletín para no mezclarla con las demás y guardarla de recuerdo del comienzo de la nueva experiencia que en ese momento, apenas descendidos del avión, comenzaba para nosotros en Nueva York. ¡Esperemos que nos aguarden tiempos tan brillantes como los de este dólar!
Impresiones
Las primeras impresiones (de las que nunca hay segundas, como ayer mismo me decía, a modo de consejo, un buen amigo) son siempre curiosas cuando uno llega a una nueva ciudad, y más cuando no es de paso, sino para quedarse, pues el tiempo puede confirmarlas o rebatirlas más firmemente. Las de Nueva York han sido, en una palabra, grises. Grises porque ha estado lloviendo con ganas (con inundaciones en estados cercanos), y el cielo que nos da la bienvenida es encapotado y plomizo. Pero grises también porque, a pesar de que está comenzado a despuntar la primavera (hemos llegado tarde para ver la floración de cerezos en Brooklyn, aunque sería incomparable con la que disfrutamos en el Jerte), cuya lluvia suele estar llamada a limpiarlo todo y dar un nuevo color y brillo al ambiente, la ciudad aparece con una pátina que parece rebelarse contra el agua.
La otra primera impresión, la social, parece confirmarse tal como se nos había anunciado: uno de los comentarios recurrentes de quienes conocían la ciudad antes que nosotros era el referido a la cantidad de hispanohablantes que uno se puede encontrar en ella. Y en verdad, lo hemos comprobado en unas pocas horas. En el piso en el que nos quedaremos este primer mes nos estaba esperando para darnos la llave la chica que viene a limpiarlo: sudamericana. En el restaurante al que hemos ido a cenar, los camareros mejicanos nos atienden en nuestro idioma. Y en el supermercado, una amable señora argentina le aclara a Ana cuál es el café (colocado en frente de… ¡chocolate Valor!) para cafetera italiana. En realidad, quitando el taxi y el funcionario de aduanas, podríamos haber pasado estas primeras horas sin tener que usar una palabra de inglés.
Pero las señales de sociedad globalizada no terminan ahí, hay algunas que nos sorprenden más que la abundancia sonora del español, que nos llega incluso de conversaciones de los transeúntes en nuestra primera incursión a pie por las calles de Manhattan. Durante la cena, por ejemplo, los camareros debaten animadamente, para gran desesperación nuestra… ¡del Madrid-Barcelona que se había jugado la noche anterior! Uno deseando salir de España para dejar atrás los 30 minutos de telediario futbolero y el ostracismo informativo de otros deportes que no sean con motor, y la primera cena en Nueva York se ve amenizada por los dimes y diretes habituales del “deporte rey” (¡¡no aquí, al menos!!).
Para seguir arropándonos y que no nos sintamos extraños, la Segunda avenida nos sorprende también con una tienda de vinos cuyo escaparate bien podría ser el de cualquier enoteca española. Caldo de la semana: Vino “Manolo”, variedad tempranillo, 2009… ¡El Provencio! Vamos, lo último que uno se espera, encontrarse un escaparate del Upper East Side dedicado en exclusiva a un vino manchego (este sí, manchego). A este paso, mañana me encuentro con un Finca La Estacada, y pasado con un Fontal…
Obviamente, estas primeras impresiones no son extrapolables, puesto que apenas disponemos de lo visto durante el trayecto desde el aeropuerto y en unas pocas manzanas a pie cerca del apartamento, ni tratado con más gente que la que nos hemos cruzado. Pero el contraste con el día, el sol y la primavera que nos despidió en Alicante, es innegable. En cualquier caso, bueno es plasmar estas primeras impresiones, ya que dentro de un tiempo, si esta primera experiencia “bloguera” sigue adelante (con entradas, supongo, más cortas que ésta inicial), será un buen punto de partida.
En fin, son las 6:30 de la mañana y los Guillermo y Catalina se acaban de casar. Creo que va siendo hora de desayunar…
Ylovení suena a conjuro gitano o criollo, así que espero que los augurios sean buenos. NO podíais haber elegido mejor nombre.
ResponderEliminarPOr cierto, ya hemos sacado los billetes: llegamos el 2 y nos vemos el 22, aunque no con Ana, porque nos salía mejor desde Valencia.
Besos mil.
Oye, que la anterior entrada es mía, de Juan, es que tenía abierta la sesión de un blog que tengo para los alumnos, y así ha salido.
ResponderEliminarBEsos
Juan
Messing around...
ResponderEliminar¿Dónde está la segunda entrada? ¡Qué ya es 30 de abril hombre!
¡Un abrazo!
Bueno, veo que os estais haciendo con el terreno poco a poco. ¡Suerte mañana con tu primer día de trabajo!
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarestoy enseñando a tu padre a participar
Tita
Esta es la tercera vez que lo intento. Espero que sea la dedfinitiva con lo0s sabios consejos dxe tu hermana.
ResponderEliminarAca<bamos de leer lo del piso; nos alegramos; ya nos contarás más detalles: precio, vistas, etc.
Sigue con tus guías gastronómicas para cuando vayamos.
Padre
sigo probando.
ResponderEliminarPapá
sigo probando 2
ResponderEliminarPadre