domingo, 20 de noviembre de 2011

Un sábado de otoño

De entre los pocos pero apreciados lectores de este blog, algunos se han interesado por mi vida cotidiana en esta ciudad, no sobre sus peculiaridades o lugares únicos, sino sobre las actividades que uno puede realizar como parte de su vida corriente. Al fin y al cabo, la ciudad se ha convertido en nuestra ciudad, no en un mero destino turístico, aunque sigamos saliendo cámara en ristre a menudo. Para intentar reflejar un atisbo de cotidaneidad neoyorquina (si es que eso existe), esta entrada narra la vida en Nueva York en un sábado cualquiera.

Mañana: dormir y orden

Un sábado normal es habitual que nos levantemos sobre las 9:00, incluso en las pocas ocasiones que salimos y se nos hace tarde. Quizá en parte se deba a que el sol en una planta 26 orientada al este entra con toda su intensidad y nuestros estores no hacen gran cosa por impedirlo. Para compensar las prisas entre semana, desayuno en condiciones: a veces nos animamos por la "tostada francesa", pero más a menudo solemos optar por el pan con tomate rallado y aceite. Entre eso y el juego de tazas de Sargadelos que sacamos los festivos, los fines de semana nos reconectan con los desayunos de la tierra.

Después de desayunar toca poner algo de orden en el piso, especialmente si, como se está haciendo habitual, el viernes hemos tenido gente en casa (gran acierto el de traerse el Trivial). Lo siguiente, si es que no está decidido del todo, es perfilar el plan para el día. En esta ocasión, con actividades varias.

Comencemos por Egipto

Viendo durante la semana la película "Cuando Harry encontró a Sally", nos dimos cuenta de que en una escena los protagonistas visitan una sala egipcia del Metropolitan que da a un Central Park teñido de otoño. En vista de que la temporada coincidía y que aún no habíamos visitado esa sala, nos lo marcamos como plan matutino de sábado. Llegados allí, el lugar viene a ser como el templo de Debod de Madrid, pero en lugar de tener el monumento en mitad del parque, está a un lado de él, y tiene más gente. En todo caso, la visita mereció la pena, ya que detrás de las cristaleras todavía aguantaban algunos árboles dorados y rojizos.

Pizza de temporada

Como cultura y hambre suelen ir de la mano, nuestra siguiente parada sería el almuerzo. En lugar de tomar el autobús optamos por cruzar Central Park a pie y seguir disfrutando de las vistas de otoño. El parque se empieza a preparar ya para el invierno: se ve menos gente jugando al béisbol y ha comenzado la temporada de hockey sobre hielo; las barcas se hacen más escasas en el lago y en la fuente de Bethesda, recién vaciada, un solitaro indigente recogía una a una las monedas del fondo ahora seco. El parque en sí está precioso, con la única pega de que el ropaje de otoño le dura menos que la frondosidad de primavera y verano.

Para la comida, algo improvisada, hacemos nuestro tercer intento de probar una de las supuestas mejores hamburguesas de la ciudad, la del Burger Joint del Park Meridien, pero volvemos a rendirnos: últimamente hay tanta cola que hasta han puesto una barrera para organizarla. Así que optamos por la opción fácil pero segura, que es la pizza que hornean en el supermercado Whole Foods de Columbus Circle, ya que tenemos que quedarnos por la zona. Al contrario de lo que pueda parecer por ser un supermercado, es la mejor pizza que he probado hasta ahora aquí, tanto por la masa como por los ingredientes. Además, las recetas cambian con frecuencia y se adaptan a los productos de temporada. En esta ocasión probamos la pizza con calabaza asada que, sorprendentemente, nos convenció.

Té panorámico

Una de las razones para comer en Whole Foods es que habíamos quedado para tomar café a las 16:00 en esa misma plaza, la de Colón, con una "visita", término que también ha de aparecer en cualquier descripción de la vida, si no cotidiana, sí habitual en Nueva York. En este caso se trataba de amigos de amigos venidos a un congreso médico, cuyo hotel quedaba en aquella zona. Para mayor facilidad, propusimos vernos en el restaurante del Museum of Art and Design, que no conocíamos pero del que teníamos buenas referencias.

El lugar y la hora resultaron un acierto, al igual que el haber reservado una mesa en el ventanal. Desde ella se veía todo Central Park, comenzando por su entrada sudoeste, además de la propia plaza de Colón y la decoración de las torres Warner que se encuentran en ella. Hasta podíamos ver un concierto en un auditorio acristalado en los pisos inferiores de las torres. A medida que fue atardeciendo desapareció el parque y se quedaron las luces de los coches y de la decoración navideña de los árboles y de las tiendas. Toda una vista para disfrutar de un buen té.

Comienza la Navidad

Y no es sólo en los árboles donde se deja notar. Terminado el café, bajamos caminando hasta la calle 35. Tras abrirnos paso por la esperada muchedumbre de Broadway y Times Square, llegamos hasta la calle 42 y la 6ª avenida, donde ya se ha instalado una de las pistas de patinaje más famosas de la ciudad, con permiso de la del Rockefeller Center: la del Bryant Park. Llegamos justo en el momento en que estaban limpiando el hielo, con la pista completamente desierta a excepción de la máquina y un "guarda patinador". Poder verla vacía fue una maravilla en comparación con la marabunta de gente que la asaltó en cuanto la volvieron a abrir a los patinadores.



Tomando ya la 5ª avenida, nos sorprendió comprobar que algunas tiendas ya se han tomado en serio la Navidad. Los grandes almacenes Lord & Taylor tenían ya montados unos espectaculares dioramas articulados con escenas festivas. Y digo festivas porque, con el ánimo de no ofender -o, peor aún, ahuyentar- a ningún posible cliente, aquí felicitan todo, literalmente: "Happy everything!". Y si no, véase la foto, con el árbol de Navidad y el candelabro ritual judío. Sólo faltaba un retrato de Mao colgado de la casa de muñecas...



Cumpleaños a la oriental

Para rematar el día teníamos la fiesta de cumpleaños de un compañero de trabajo. La cena previa fue en un restaurante chino, el Grand Sichuan, que, como luego descubrimos, hace honor a su nombre, pues según parece en la región de Sichuan es típica la comida picante. En el menú: sopa de pescado, crepes de verduras, ternera a la naranja, pollo picante... Un menú largo y predominantemente infernal.

La fiesta en sí siguió en la línea oriental, ya que habían reservado una sala en un karaoke coreano. Eso sí, forrada por completo con fundas de vinilos de Elvis Presley. El repertorio fue en su mayoría yanqui debido a los invitados, pero eso no impidió que los hispanohablantes de ambos lados del Atlántico allí reunidos nos emocionáramos cantando obras de algunos de los artistas que unen ambas orillas, como el "Amante bandido" de Miguel Bosé.

Paseo nocturno y a la cama

Un sábado normal habría incluido algo más de transporte público, pero en este caso todo estaba lo suficientemente cerca como para caminar, incluso a la vuelta a casa. Llevábamos 12 horas fuera de nuestro piso y en ellas habíamos disfrutado de opciones de ocio de lo más variadas: comenzando por la cultura egipcia y terminando en los modos de diversión orientales, pasando por comida italiana o las terrazas de diseño. Al fin y al cabo, es lo bueno que ofrece Nueva York, su diversidad de opciones: uno se propone pasar un sábado cualquiera y termina recorriendo, apenas sin dase cuenta, medio mundo en unas pocas calles. Y, por supuesto, descubriendo todavía lugares, sabores y experiencias nuevas.

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