lunes, 30 de mayo de 2011

Nueva York, llave en mano

Con una botella de "vino helado" con nuestros nombres grabados en ella, hemos brindado por la etapa que, ahora con más firmeza todavía, comienza para nosotros en Nueva York. Ayer, por fin, nos mudamos a nuestro piso, después de un mes en la ciudad.

Por fuera: las vistas
El brindis tuvo su encanto, en la terraza de nuestra modesta morada; ya que no hemos podido tener la segunda habitación deseada, al menos contamos con unas buenas vistas: la Segunda avenida de norte a sur, el puente de Brooklyn, el río, Tudor City y la propia ONU.
Tudor City resulta un pequeño complejo de edificos más que llamativo. Construido justo antes del crack del 29 para la entonces creciente clase media, el estilo que se empleó en su construcción (reflejado en su propio nombre: Tudor, un neogótico recargado) evoca en mí una de las urbes imaginarias que, según muchos, fue creada como transposición de Nueva York: la ciudad de Gotham. Viendo las estructuras casi catedralicias de las torres de apartamentos, sus grandes ventanales, los estrechos chapiteles de sus tejados o las gárgolas que rematan algunas terrazas, no puedo evitar que me venga a la mente la imagen de Batman en los aleros igualmente recargados de Gotham. Cosas de leer tantos tebeos,
supongo...
Otro de los puntos fuertes de las vistas es el edificio de la Secretaría General de la ONU, aquél en el que yo creía que iba a trabajar y cuyos pisos abiertos a la intemperie y en obras veo ahora desde mi balcón. estamos tan cerca que, aunque débil, aún se detecta la señal de la red inalámbrica de "UNHQ", el cuartel general de las Naciones Unidas. Curiosamente, y a pesar de que nos han comentado ya las considerables reducciones de presupuesto que se están intentando lograr, no deja de extrañarme que, por otro lado, cientos de puntos luminosos brillen ahora frente a mí en el interior de un edificio que, se supone, está cerrado por reformas. ¿Cuestión de seguridad, tal vez?

Por dentro: el cámping
El continente resulta fácil de explicar: un salón en forma de ele, un estrecho pasillo con un armario vestidor y un aseo, un dormitorio con baño y una cocina entre el pasillo y el brazo corto de la ele. Pequeño, pero con su encanto. El dormitorio y el salón son amplios, y se nos quedará una zona para nuestras comidas diarias bastante luminosa y apañada.
En cuanto al contenido, cuando nos mudamos teníamos comprados ciertos elementos del mobiliario, entre ellos los más importantes: la cama, el sofá, la mesa del comedor y la mesa del desayuno-comida-cena. Pues bien: la cama llegó y se fue porque estaba dañada, así que dormiremos un par de noches en la hinchable para visitas que, por previsión, ya habíamos comprado; el sofá vendrá dentro de unas seis semanas, con lo que hasta entonces nos hemos hecho con uno que captará sin duda la atención de los huéspedes: hinchable, de plástico blanco y terciopelo rojo, lo último en moda de acampada; la mesa del comedor iba a venir este sábado, pero al llamar para confirmar el viernes, no sabían nada de ella (llegará, si todo sale bien, en tres días); y la mesa restante... sí, ésa, por suerte, está ya montada y rindiendo servicio. Pero entre los elementos hinchables y los cartones y herramientas que rondan por el suelo, flota una cierta sensación de cámping en el ambiente.

"Buy local"
Entre las actividades que implica toda mudanza, nos entretenemos abriendo cajas, rompiendo envoltorios, montando sillas... Pero, en ésta en particular, y puesto que tenemos que montar un piso casi desde cero (el barco con lo que mandamos no llegará hasta dentro de al menos quince días), otra actividad esencial es comprar, comprar de todo. Desde lo básico, como sartenes y ollas, hasta un gancho para colgar los coladores. En situaciones así, te das cuenta de la cantidad de cosas que das por hechas en cualquier piso y que se van acumulando como adquisiciones necesarias cuando empiezas sin nada.
Por suerte, tenemos cerca algunas tiendas bien surtidas y de buen precio; a veces, demasiado buen precio: confieso haber comprado tres vasos de chupito (no es que los fuera a usar mucho, yo, pero con algo teníamos que brindar) de -volviendo a los tebeos- superhéroes de Marvel, por cuatro dólares. Ahora bien, si encontrar variedad y precio no es excesivamente difícil, seguir la regla del "buy local" ya es más complicado. Aquí, como en casi todos los países que hace tiempo dieron la espalda a los sectores materialmente productivos y se rindieron a los encantos de los servicios, también se promociona y valora aquello que esté hecho en el país, quizá porque apenas queda industria propia. Encontrar una taza que no estuviera hecha en China me ha llevado cuatro semanas, y aún tengo mis dudas de que esté hecha aquí. Así que, para alegría del Banco Popular de China, me temo que la mayoría de nuestras compras, lo queramos o no, nos las están supliendo las afanosas fábricas chinas (las de Ikea, entre otras). Fuera de lo chino, aparte de la taza, hemos encontrado una vajilla japonesa y una fuente de loza "Made in Portugal". Ah, y creo que alguna toalla hecha en la India. Pero el "Made in the USA", como el "Made in Spain", está, para bien o para mal, de capa caída: los apartamentos, hoy, se visten con el "Made in China".

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