Hace algunos meses, una notable traductora me envió un artículo del NY Times (Found in translation) en el que se describían algunas de las dificultades del arte que ella ejerció durante algunas décadas. En él se ponía como ejemplo la complejidad de traducir la primera frase de la obra Moby Dick. El libro comienza con tres palabras, aparentemente inocentes, pero, como reflexiona Michael Cunningham, escritor traducido, cargadas de intención: "Call me Ishmael". Resumiendo su exposición, argumenta lo enrevesado que resulta, a pesar de realizar una traducción fiel, el plasmar el ritmo, el efecto sonoro o, en este caso, la fuerza de tres meras palabras. "Llámame Ismael" no suena, por más leal que sea al original, igual que el inglés. No cautiva tanto. Punto para los detractores de la traducción (aunque sin llegar a aceptar que un día Google Translator nos reemplazará a todos).
Hace algunos días, me topé con un ejemplar de Moby Dick en inglés. Habiendo descubierto hace poco que su autor era neoyorquino, y encontrándome yo en su ciudad, me pareció buena idea que el primer libro que comprara en Nueva York fuera una obra célebre (aunque sólo sea por el título, como tantos otros clásicos) de uno de sus ciudadanos.
Hace algunas horas, salía del trabajo pensando que era el primer día en que no tenía que ir a compar muebles o aspiradora ni esperar a que me trajeran ninguna de las compras a casa. Tenía la tarde para mí, ya que además Ana tenía sus propios planes. Así que decidí subir a la terraza (piso 36), acomodarme en una tumbona y comenzar a leer Moby Dick. El sol todavía daba sobre el edificio, bajando ya hacia el oeste, así que me puse de frente para intentar compensar la ausencia de rayos (UVA o de ningún otro tipo que no sean artificiales) en mi despacho sin ventana.
Comencé a leer el libro (allí estaba el comienzo esperado: "Call me Ishmael") y el primer capítulo resultó ser una apasionada descripción de cómo el hombre busca el mar o, cuando menos, el agua, siempre que la tiene cerca. Comienza describiendo a quienes se asoman a los ríos en la propia Manhattan de hace 150 años, pero también describe cómo, cuando no se tiene el agua cerca, se pinta, o se sueña, o se inventa. Como evasión y como consuelo, como búsqueda de un misterio vital, embelesando como hace de manera paradójicamente similar a la que consiguen las llamas de una hoguera.
Me hallaba absorto ya en la narración de un tal Ishmael que está a punto de embarcarse en busca de una ballena legendaria, cuando levanté la cabeza y vi mi propia ballena. Gris, plateada, gigante e inmóvil. Erguida frente a mí, a unos pocos cientos de metros de distancia, mirando al cielo. Resultaba increíble pensar que habían pasado los minutos leyendo en la terraza y hasta entonces no me hubiera dado cuenta de que estaba ahí: el edificio Chrysler, uno de los rascacielos más famosos del mundo, me vigilaba inmutable mientras yo pasaba las páginas.
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Recién comenzado Moby Dick y apenas iniciada mi vida en Nueva York, es fácil trazar un paralelismo entre ambos. En cierto modo, la vida en esta ciudad se asemeja a navegar por un mar de hormigón, en el que el chillido molesto de las gaviotas se torna en sirenas de bomberos, pero que, al igual que en el caso de los balleneros, ofrece grandes recompensas a quien persiste en la marea. Cuando parece que estás en ninguna parte, en una azotea anodina de un apartamento cualquiera, levantas de repente la cabeza y te encuentras con la silueta de uno de los iconos arquitectónicos del siglo XX. Paseas por el parque sin un rumbo determinado y, de la nada, aparece otra inesperada ballena bajo la forma del colosal Museo Metropolitano. Doblas una esquina de una calle aparentemente sin lustre y surgen sin previo avisa decenas de cetáceos de neón.
Lo cierto es que, debido a ese falso conocimiento antes mencionado de obras clásicas, ignoro cómo termina el libro, aunque me puedo hacer una idea. En todo caso, sí sé que, en lo que a mi particular aventura neoyorquina respecta, habrá sin duda muchas más ballenas, a cual más sorprendente, esperando ser descubiertas.
muy buena esta entrada.
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