viernes, 30 de septiembre de 2011

Asamblea tras las barricadas

Esta semana han terminado los debates de la Asamblea General de las Naciones Unidas. La combinación de trabajo en el sistema y vivienda a 300 metros de la sede de la organización nos ha permitido vivir el ambiente lo suficientemente cerca como para experimentar algo más parecido a la idea romántica que tenía de la ONU.

Recepción y post-recepción

La apertura de la Asamblea General comenzó con un cóctel en la residencia del Embajador, con motivo de la llegada de la Ministra. Allí, reencuentro esperado con un buen amigo e inesperado con una antigua compañera de carrera y residencia (curioso, el destino nos ha llevado de La Florida a Nueva York por vías bastante diferentes). En cuanto a la recepción en sí, buenos canapés, ausencia de jamón, y ambiente más joven de lo que me esperaba: ¿será porque las canguros con las que dejar a los niños no salen tan baratas aquí como en Manila?

Lo más sorprendente de la noche, sin duda, la post-recepción: terminamos en un bar que, de no haber llegado allí por otros conocedores del terreno, me habría hecho preguntarme dónde nos habíamos metido. Entre el heterogéneo grupo de diplomáticos, becarios de embajada, traductores, funcionarios del mundo cooperante y supuestos espías, destacaban, por méritos propios, aunque muy diferentes, los animadores del lugar: un Elvis zancudo (Elvis solo de noche; diseñador gráfico de día) contrastaba con dos enanos, también disfrazados del "Rey del Rock", que acabaron bailando subidos en la barra hasta que se los llevaron, en brazos, hasta sus mesas correspondientes. Una escena totalmente surrealista.

Período de sesiones: barricada general

Volvamos a las actividades diurnas, que es, al menos sobre el papel, a lo que vienen los ministros, jefes de gobierno y otros gerifaltes. Precisamente porque pululan por Manhattan las bien nutridas (a veces en número y en masa) delegaciones de todos los países del mundo, las calles cercanas a la sede de la ONU se vuelven un fortín. Ya antes de que comenzara la semana había visto desde mi terraza una extraña procesión de decenas de coches patrulla dando vueltas a dos manzanas, con las luces puestas (sin sirenas por una vez, se agradece). Pero el panorama del comienzo de la semana era propio de cualquier película catratrofista de Hollywood: el carril izquierdo de la Segunda avenida había quedado clausurado para uso exclusivo de los coches oficiales. El carril bus, reservado para que pudieran aparcar una vez descargado su contenido oficial. En los tramos que conectan la Segunda y la Primera
avenida (donde se encuentra la sede) barricadas hechas con vallas, con barreras y garitas móviles y hasta con camiones de grava.

Por supuesto, todo ello acompañado de profusión de agentes de todas las tallas y colores, pero todos bien "dotados" en sus cinturones. Según se acercó la fecha de la llegada de Obama, aparecieron en los pasos de peatones figuras esbeltas provistas de un chaleco con la inscripción "Agente Federal" en la espalda. El movimiento a cada paso de una carvana oficial era frenético: comprueba pase, abre valla, cierra valla... El día en que hablaba Obama y estaba también Clinton en la ciudad, un coche oficial se quedó parado en un paso de peatones mientras yo cruzaba de camino al trabajo. Al segundo, los dos agentes federales correspondientes se apostaron cada uno delante de una puerta trasera de la berlina, mirando a todos lados con aire alarmado y la mano fija en la empuñadura de sus pistolas. Como para detenerse a preguntar si en el coche iban Barack o Hillary, aunque lo dudo, pues dicen que cuando el Presidente se mueve, se paraliza todo en varias manzanas a la redonda. Ni los peatones, ni siquiera los diplomáticos, pueden moverse. Y, según dicen, la "congelación", como la llaman, se aplica media hora antes y media hora después de que pase. Por suerte no me tocó ninguna vez.

Por otro lado, para nosotros era menos inconveniente, ya que el pase de la ONU nos permitía atravesar la mayoría de controles. Volviendo al símil cinematográfico, uno casi se sentía como Will Smith en "Soy leyenda", aunque en mi caso la plaga era la de policías neoyorquinos. De hecho, ni siquiera los funcionarios se libran de ciertas incomodidades. A uno de mis compañeros un agente le pidió amablemente que se bajara de la bicicleta, si no quería que le apeara de ella un francotirador de un tiro. Todo un detalle, sin duda.

Colándome en la Asamblea

Llegado el día de los debates, me enteré de que Obama hablaba esa misma mañana al mismo tiempo que descubría que no quedaban pases especiales en la oficina. Solución: probar suerte. Armado sin más que con mi pase normal, me fui al edificio de la Asamblea, probando planta por planta, hasta que en la última, la cuarta, no me quedó más remedio que apostarme tras una cristalera a ver (sin oír) los discursos. Y no era de los peor parados: una jubilada octagenaria de la ONU intentaba colarse una y otra vez en la sala de prensa, para enfado de los guardas de seguridad. Y hasta tuve que cederle mi precario puesto unos minutos a un reportero del Caiga Quien Caiga de Brasil para que pudiera grabar mientras hablaba su presidenta.

Por suerte, a mitad del discurso de Dilma Rousseff nos dejaron pasar a la sala y conseguí un sitio justo en frente de la tribuna de los oradores. Terminado el discurso de Rousseff, se percibía cierta expectación en el ambiente: el próximo sería Obama. No tardaron en anuncialo y en aparecer desde las bambalinas onusianas. Tras una extraña y breve espera sentado frente al respetable, tomó la palabra con esa energía tan característica, esa especie de embelesamiento que sabe transmitir en sus mensajes. La forma, pues, la esperada. Solemne, pero cercano. Firme, pero no autoritario. El fondo, también previsible, sobre todo en cuanto a Palestina. Pero me sorprendió el tono más bien optimista respecto a la situación de la paz en el mundo en general, sin duda suscitado, además de por las "primaveras", por haber cazado a Bin Laden.



Después de que Obama se fuera la seguridad se relajó un tanto, hasta que el fin de semana se fueron los camiones de arena y volvieron los repartidores en bici por el carril izquierdo de la Segunda avenida. El debate terminó el lunes siguiente, y me quedé con ganas de haber visto más sesiones y a otros dirigentes, como Abbas o Ahmadineyad. A Trinidad Jiménez no la vi por una confusión en el horario, aunque me habría gustado. En cualquier caso, se agradece ser testigo de la ONU en acción aunque, como me dijo un compañero de trabajo, no se sepa muy bien si la de verdad es ésta o es la maquinaria burocrática del día a día.

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